TRIDUO PASCUAL
Estamos en la semana más grande del año, porque en ella celebramos el Misterio de Salvación que nos alcanza nuestro Redentor, Jesucristo Señor y que la Iglesia lo concentra en el Triduo Pascual.
Jesús ha deseado ardientemente celebrar “su” Pascua antes de padecer, como lo expresó Él mismo al reunirse con sus discípulos en la noche santa del Jueves. Deseo ardiente de consumar la obra de la salvación en redención del pecado de todos los hombres, para la cual había venido del Padre y le llegaba la hora de pasar de nuevo al Padre. Deseo que a la vez incluía su anhelo de permanecer con los hijos de los hombres siempre, para lo cual instituyó el Sacramento de la Eucaristía y el del Sacerdocio, a fin de que pudiera ser actualizado su entrega de amor por todos los hombres en la Cruz, a lo largo de los siglos.
Misterio de inmenso amor, porque en cada uno de los que participamos de su vida por la Gracia, al participar en la celebración de la Misa, recibimos su Cuerpo entregado por nosotros y su Sangre derramada para nuestra salvación, bajo las especies del pan y del vino.
Jesús quiso quedarse con nosotros en la Eucaristía para compartir con nosotros su Vida y su Amor. Él permanece oculto bajo la Hostia santa para acogernos y recibirnos cuando vamos a él con nuestras necesidades y nuestras realidades concretas, sí, pero principalmente para darnos prueba de su amor y compartir con cada uno su Vida, su Verdad, su Amor, su Amistad.
Hemos de hacernos conscientes de que se ha quedado en la Eucaristía para darnos su Vida y darnos la posibilidad de que entablemos con Él una sincera amistad, un entrelazar con Él un amor profundo y agradecido por tan inmenso don, totalmente gratuito.
La Iglesia en el Triduo Pascual, celebra el misterio de la Salvación, que iniciado por Cristo desde su encarnación, lo consuma y lleva a plenitud al asumir el pecado de cada uno de nosotros, de todos los hombres de la Humanidad, para hacerlo suyo y en Él purificarlos con su Sangre redentora.
Ese asumir Jesús nuestros pecados, es lo que en Getsemaní le proporcionó el sudor de gotas de sangre, pues al asumir el pecado de todos, se presentaba ante el Padre como pecado; Él, que era uno con el Padre, como había afirmado tantas veces durante su vida, ahora tiene que presentarse asumiendo el pecado de toda la Humanidad; Él, que conocía el amor del Padre a cada uno de los hombres, tenía que presentar al Padre la rebeldía y enemistad de cada uno de los hombres contra el Padre. Esa doble dimensión en su alma, es lo que le produjo su sudar sangre. El dolor de su alma le hacía exclamar: “Padre, si es posible pase de mí este cáliz”. No obstante, ante la conciencia firmísima que había venido al mundo para redimirlo del pecado, prosigue: “mas no se haga como Yo quiero, sino como Tú”.
Con esta dolorosa vivencia de asumir todo pecado en sí, para expiarlo y repararlo con su entrega amorosa y fiel, “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” Jn 13, 1. Y en el momento en que van a prenderlo en Getsemaní la cohorte y guardias, cuando un discípulo, Pedro, quiere defenderlo y ataca a uno de ellos, le dice Jesús:” “Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre ¿no la voy a beber?” Jn 18, 11.
Voluntariamente entrega su vida en manos de quienes han ido a prenderlo. Mas en aquellos que le prendieron, estamos representados cada uno de nosotros, cuando luchamos y nos resistimos a acoger y vivir sus mandamientos y sus enseñanzas.
Jesús se despoja de los atributos de su divinidad para redimirnos del pecado y abraza con todo su amor la humillación como medio de redención porque el hombre se revela contra Dios. Ya que el hombre, en Adán y Eva, se revelaron contra Dios tras la tentación del demonio en el paraíso: “si coméis de ese árbol seréis como Dios”, quiso ser más, y sigue el hombre queriendo ser más, raíz de todo pecado que el hombre comete contra Dios, de ahí que Cristo Jesús, que ha venido para redimirnos y salvarnos, abraza y vive todo lo contrario. Jesús que viene a sacar al hombre del pecado, abraza ser menos. De ahí la humillación, los insultos, los sufrimientos, el dolor, el desprecio que sufre durante toda su vida y especialmente durante la Pasión, porque pone el dedo en la misma llaga del hombre para sanarlo.
Así, Jesús nos muestra el camino de la humildad para dar muerte en nosotros a todo desorden y a toda soberbia, a todo orgullo y vanidad. Camino no querido por el hombre actual, pero el verdadero camino de VIDA, “porque el que se humilla será enaltecido”.
Esta afirmación de Jesús, la tenemos hecha realidad y vida en Él, pues tras la humillación y muerte de Cruz, el Padre le responde con la Resurrección gloriosa y la Ascensión al cielo, sentándole a su diestra.
Este es el camino de Salvación y ahí tenemos nuestro Gozo y nuestra Vida.
FELICES PASCUAS
MONJAS MINIMAS 
